La madre de Marco

24 noviembre 2007

Esperando a la Policía...

Desde hace unos días ando de puntillas cuando suena el timbre de casa. Husmeo por la mirilla y sólo abro la puerta tras cerciorarme de que al otro lado no me espera un policía de ésos de porra en mano y brillante estrella adornando la pechera. Visto lo visto esta semana, igual alguna supuesta Unidad de Rastreo de lo Políticamente Incorrecto se topa con mi blog, lo desmenuza y descubre que eso de La madre de Marco esconde un malévolo mensaje, una despiadada segunda intención tras su inocente envoltorio. A saber:

- Las autoridades turcas han censurado la serie Heidi. Le han puesto una especie de burka virtual a todo un icono mediático de nuestra niñez porque la protagonista, en algunas escenas (como la que adorna este post), muestra su ropa interior. Y claro, no vaya a ser que a los herederos del imperio otomano les dé por contagiarse de la perversión catódica y salgan a la calle buscando menores con las que saciar su apetito sexual... Eso sí, de la represión de la mujer en esos países y de las aberrantes sentencias que condenan a jóvenes violadas porque se supone que cometen el delito de animar a los agresores ni hablamos....

- Lo anterior puede tener una muy oscura y dudosa justificación en el auge del islamismo en la tierra de Ataturk, pero lo que sigue ya es para tirar cohetes. En Estados Unidos, a partir de ahora, Barrio Sésamo se venderá con dos hermosos rombos en las carátulas. ¿Por qué? Muy sencillo: los dueños del imperio han escudriñado los vídeos de antaño y han descubierto que Epi y Blas podrían ser gays (duermen juntos en una habitación), que Triki favorece la obesidad por su atracón de galletas, que la Gallina Caponata tiene muchas papeletas para ser drogadicta (como lo oís. Al parecer creen que está un poco zumbada)... Y la traca final... algún capítulo puede incitar a la pedofilia porque en uno de ellos una niña se va de la mano con un adulto. De la guera de Iraq, de los millones de habitantes sin Seguridad Social garantizada o de que cuando a un huracán se le ocurre pasar por su territorio no sepan reaccionar... No, para eso no encuentran tiempo.

La ecuación inversa es recurrente: si en los 80 te quedabas embobado frente al televisor viendo Heidi o Barrio Sésamo, despierta, asúmelo, eres gay, pedófilo, drogadicto y bulímico. Reconócelo, ¿acaso vas a saber tú más del mundo que te rodea que un ilustrado islamista o un reaccionario con sus santas posaderas reposando en la primera potencia mundial? Pues eso, que ando buscando nuevo nombre para mi blog, no sea que dentro de unos días aparezca mi careto en internet bajo la acusación de fomentar el complejo de Edipo con eso de La madre de Marco. Ay, qué dolor de cerebro.

14 noviembre 2007

Se acerca 'el día de la recortá'

Tengo un compañero de trabajo al que podría identificar medio minuto antes de aparecer porque camina arrastrando los pies. Está convencido de que el mundo se ha conjurado en su contra, que su misión cíclica en este planeta consiste en masticar facturas, que su talento se está esfumando por las cloacas del día a día. Cuando se levanta con los dos pies cambiados (como le repito yo) masculla una de sus sentencias preferidas: "Se está acercando el día de la recortá". Y entonces te pregunta si te acuerdas de Michael Douglas en Un día de furia. "Pues ése se va a quedar corto a mi lado", cacarea. "Vale, Pepe. Coge el teléfono, anda, que es para ti".

No es justo frivolizar con ese peculiar impulso de colarse en un local público y vaciar tu cargador contra quien pulula a diez metros a la redonda. Más aún cuando cada diez días aparece algún sujeto por Finlandia u Oklahoma que se lleva por delante a quien cometió el terrible pecado de pasar por allí. No lo es, pero últimamente siento la necesidad irrefrenable de comprarme una pistola, de agua, de ésas con las que salpicaba mi niñez, ocultarla en la bandolera y dispararle en la cara a ciertos personajes ridículos con los que me topo. Sólo un chorrito de agua, sin más, con eso me conformo. Ahí van unos ejemplos de mis últimas adquisiciones (casos verídicos que han disparado mi adrenalina últimamente).

- La chica del seguro. Me despierto y compruebo que el cristal de la puerta que da al balcón se está rajando. Y como soy un pobre españolito obligado a pagar un seguro como condición adosada a la hipoteca, les llamo por teléfono. Después de diez minutos de espera, una voz enojada me pregunta, con voz de funcionaria de los años 60, "¿Y qué se supone que ha hecho usted para romper el cristal". Respiro hondo, cuanto hasta cinco, y con mi santa paciencia, respondo: "Pues eso a usted no le importa. Lo que hago es pagar 280 euros anuales de seguro". Cristal colocado. Precio: primer mosqueo de la semana.

- El chico de Orange. Mi móvil agoniza, sobre todo porque a mi perra le dio por segar su vida una mañana a dentelladas (ella es así). Llamo a Orange, mi compañía, para canjear mis puntos por otro terminal. Me dicen que no puedo, que sólo se puede hacer una vez cada 18 meses y que yo ya me beneficié el pasado 13 de junio. Sorpresa, padezco alzheimer. "Pues no, no recogí ningún móvil en esa fecha", detallo. "Sí, sí, fue en un distribuidor. Pagó usted 30 euros por un terminal Motorola V360", insiste un joven. "Mire, no estoy loco, no he pagado nada por ningún móvil. Y si les consta que he sido yo debe de haber algún recibo, alguna factura firmada por mí y quiero que me lo demuestren", replico. "Ah, pues eso tardará mucho tiempo. Y tampoco se puede dar de baja de Orange, porque al recoger su móvil el 13 de junio contrajo un compromiso de permanencia de otros 18 meses". Genial. Precio: sigo con mi móvil prehistórico y segundo mosqueo de la semana (y éste, gordo).

- La chica de Bancaja. Vendí mi piso en julio de 2006 y dejé el papeleo en manos de la gestoría del banco del comprador, Bancaja. Tras una travesía del desierto de año y pico, les llamo para preguntar por mis escrituras (y por mi dinero, el que suele sobrar de la provisión de fondos). Una señorita con voz de estar desangrándose porque el trabajo le desborda me comenta que el expediente está cerrado. "Le mandamos una carta y usted no se ha puesto en contacto con nosotros", me explica algo enojada. "No la he recibido. ¿A qué dirección la enviaron?", pregunto extrañado. "Pues a la del piso que vendió", responde convencida. "Ah, y no se les ha pasado por la cabeza que yo ya no vivo allí y que el nuevo inquilino la habrá tirado a la basura, ¿no?". Silencio de segundos. "Ah, pues ahora que lo dice". Precio: tercer mosqueo de la semana. Eso sí, los 225 euros que me tienen que ingresar me alegrarán el fin de mes.

No descarto la opción de la pistola de agua. Pim-pam-pún. Sin hacer daño. Pepe, yo te entiendo, pero un ruego: las balas que sean siempre de fogueo.

05 noviembre 2007

Agradecido





Reconozco que hay dos temas en los que soy algo intolerante. El primero, el Real Madrid (qué le voy a hacer, mi abuelo era de Chamberí). El segundo, la españolidad de Ceuta y Melilla (qué le voy a hacer también. Allí nací, y de allí me siento, como mi padres, mis abuelos, mis bisuabuelos). Con 32 años de retraso, pero gracias por pisar suelo patrio. Agradecido quedo.

01 noviembre 2007

Vecino de aquí, vecino de allí


Esta mañana me he percatado de que no conozco a mis vecinos. Un año y dos meses viviendo en la urbanización y hay caras que todavía no me son familiares. He sacado a la perra y, rumbo al quiosco, uno de ellos me ha presentado a su novia. "Vive en casa desde hace cinco meses", me ha comentado. "Pues yo es la primera vez que la veo", he pensado. "Hala, hasta luego".
Caminito de la cita con la prensa, con la que mantengo una infinita relación de amor-odio, iba dándole vueltas al coco (peligro, cuando voy enfrascado en mi mundo, a Melki, mi perra, le da por doblar la esquina, ignorarme un rato y aparecer en el pueblo de al lado...). Pensando, pensando, he concluido que sé más de los vecinos de allí, los del otro lado del planeta, que de los de aquí, los de la calle Oslo. Quizás se deba a que servidor tiene un trabajo (cantera de mi sustento) que le obliga a sumergirse a diario en cientos de historias, a empaparse de miles de datos sobre personajes que pululan por el altiplano boliviano, por las cuevas inhóspitas de Kandahar o por los pasillos del Palacio del Elíseo, pero que le deja poco espacio para zambullirse en lo más próximo, en lo cercano.
La globalización me ha puesto frente a las narices la posibilidad de escrutar la vida de un cultivador de coca colombiana o del asesor económico del primer ministro moldavo, pero no conozco a mis vecinos. Algo falla. Me fastidia esa incomunicación, que el reloj y las prisas devoren mi vida, que el vecino del número 7 me genere la misma indiferencia que un habitante de Bombay, que cierre la puerta tras de mí a las 9.00 y no la vuelva a abrir hasta medianoche, que el trabajo me robe la posibilidad de entablar diálogo.
El estrés me pasa factura. Quiero conocer a mis vecinos. La rusa que tiende la ropa en el número 9 es mucho más interesante que la corrupción en Marbella, los retrasos de Airbus o el escudo antimisiles de Putin. El comentario es machista y ultramaterialista, pero no deja de ser un dato objetivo...
P. D. La ilustración no viene muy a cuento, pero es que me ha hecho gracia.
P. D. 2. El programa se me subleva y no doy con la tecla para separar los párrafos. Ayyyy.