La madre de Marco

19 febrero 2006

Radiografía (de 4 en 4)



Me lo envía Carlitos Sublime y yo, que soy muy disciplinado, contesto.


Cuatro trabajos que he tenido.
- Encuestador (un horror, en la época de la facultad).
- Periodista sin contrato.
- Periodista con contrato cutre.
- Periodista con contrato decente.


Cuatro películas que me encantan.
- Espartaco / Ben Hur (sí, son dos, pero para mí son una especie de binomio).
- Senderos de gloria.
- El Piano.
- Casablanca.


Cuatro lugares donde he vivido.
- Ceuta.
- Sevilla.
- Málaga.
- La cuarta serían ciudades que he pisado durante viajes, y eso creo que no vale.


Cuatro espacios televisivos.
- Los Simpson.
- Friends.
- Informe semanal.
- Cualquier gloria que programe Real Madrid Televisión.


Cuatro lugares donde he estado de vacaciones.
- Cracovia.
- Normandía.
- Oporto.
- Florencia.


Cuatro comidas.
- El arroz de los domingos de mi madre.
- La musaka (¿se escribe así?) de Eva.
- Las delicias mexicanas de Juan Carlos.
- Los rollos de carne y piña (también obra de arte de mi madre).


Cuatro webs que visito a diario.
- elmundo.es
- elpais.es
- msn.es
- diariodesevilla.es / diariomalagahoy.com


Cuatro lugares donde me gustaría estar.
- Subido al tranvía que serpentea por Alfama (Lisboa).
- En un mirador de Salzburgo desde el que se domina una de las mejores ciudades del mundo.
- En el suelo, tumbado boca arriba, saboreando otra vez, como en 2003, los mosaicos de la cúpula del baptisterio de Florencia.
- En el sofá de mi casa, con la mantita, un libro y un té con leche para merendar.


Cuatro personas a las que quiero muchísimo.
- Binomio papá-mamá.
- Mi hermana.
- Binomio Álvaro-Alejandro (sobrinos).
- Stivie (mi perro, que se me fue hace ya cinco años y medio, pero al que no pienso olvidar).


Cuatro personas a las que paso este cuestionario.
- José Luis Rodríguez Zapatero.
- José María Aznar.
- Carmen de Mairena.
- Benedicto XVI.

Hala, hasta la siguiente.

14 febrero 2006

San Valentón

Que sí, es un camelo comercial. Vale, bordea el absurdo. De acuerdo, es una infiltración capitalista en el tuétano de la privacidad, la única parcelita que creíamos que podía salvarse de la trilogía compro-vendo-arriendo. Y mucho más. Pero como servidor está harto de todo eso pero también de la legión de protestadores que últimamente me invade sin pedir permiso, hoy me permito la licencia de dejarme llevar por la marea y desearos, simplemente, feliz día de San Valentín.
Y si no os gusta, pues celebráis San Valentón, que debe de ser algo así como una versión ogro de su primo cursi. Es lo que hay. Es lo que tiene.

04 febrero 2006

Federer llora


Reconozco que la primera vez que vi la escena, quizás por reiterada (es un calco de su primera eclosión en Wimbledon), las lágrimas de Federer tras levantar la copa de campeón del Open de Australia me parecieron más cómicas que emotivas. Una semana después, tras someterme al martilleo de ese glorioso invento que son los programas de zapping, decodifico la instantánea desde un prisma más edulcorado.
Roger Federer, con siete títulos en el zurrón en otras tantas finales consecutivas y su cheque de cienmuchosmil euros amasandos ya en alguna sucursal bancaria suiza (dónde si no), llora cuando se coloca delante del micrófono y de 40.000 espectadores. Es el número uno, pero en esa milésima de segundo no colecciona mentalmente amantes ni piensa en comprarse islas en el Índico (entiéndase Ronaldo y compañía). Y si lo hace una semana después, que por dinero no será, al menos en ese instante se emociona y moquea. Se le quiebra la voz, que desaparece entre mareas de aplausos, porque, simplemente, se siente feliz.
El domingo pasado, de madrugada, lo vi balbucear y me dio la risa. "Este tío es tonto", pensé. E igual lo es, pero por un instante devuelve al deporte un gramo de esencia, lo despoja de la tiranía del marketing, de los contratos publicitarios y de la paradoja de que un gol construya una victoria, pero también para que Beckham pueda anunciar más cuchillas de afeitar de cuatro hojas. Algo así como los campeones olímpicos, inmensamente más dignos que los goleadores de la Champions, que besan escudos de camisetas que una temporada después mancillarán por otro puñado de euros.
Federer llora... pues que llore. Le alabo el gusto. Eso sí, con los centimillos que le sobren de ese suculento cheque podría hacer yo maravillas. Ahora el que llora soy yo...