La madre de Marco

23 enero 2008

¿Me vuelvo insensible?


El domingo me topé con una de mis peores versiones. Una becaria del periódico se me acercó en busca de consejo sobre cómo distribuir los temas de una página de Mundo. "Estoy dudando entre las elecciones cubanas e Iraq, que van ya 70 muertos", argumentó con una sonrisa nerviosa, señal inequívoca de quien, bendita suerte, aún no ha sido señalada por la dictadura de la nómina y cultiva la esperanza de que una empresa sea algo más que un mero invernadero donde germinan los euros. "Mejor Fidel. Iraq ya no vende", le contesté despreocupado, aun a riesgo de seguir alimentando su indecisión. Aguardaba el contraataque, pero reconozco que no su contundencia: "Setenta seguro que son más que todos tus familiares y amigos juntos. Imagina que desaparecieran hoy. Son muchos, ¿no?". Silencio de segundos. Touché. Tierra, abre un surco en el que pueda esconderme durante un ratito. Como al mundo le dio por no detenerse pese a mis súplicas, me subí al recurrente tren de los galones y escupí un "Ya, pero el día en que se muera el viejo de La Habana, seguro que le vamos a dedicar más espacio que a esos 70 iraquíes. Una pena, pero esto funciona así". Bluf. El razonamiento no cotizará al alza en el mercado de la ética, pero a ella le resultó incluso convincente.
Adelaida (rimbombante, sí, pero su madre eligió ese nombre) me regaló la segunda sonrisa de la tarde, giró sobre su escuálida silueta y se camufló dos mesas más allá. Al final caminó por la senda que yo le había esbozado: Fidel, cuatro columnas; Iraq, un faldón perdido en página par, escondido. He pensado sobre ello y me preocupan varias cosas: que no ejerciera su derecho a la contrarréplica (malo si pensó que quien la supera en el escalafón está en posesión de la verdad suprema, y mucho peor si, como temo, ya está infectada por el virus del "pues vale, por mí...", que se propaga con incalculable celeridad por los conductos invisibles que sustentan la empresa privada). Lo siento por ella, pero también por mí. Setenta muertos. No es que sean muchos, es que es una indecencia.
Se me está esfumando la inocencia. Me duele Iraq, pero no sé si más que un arañazo en el coche, el agobio de la camisa mal planchada o el césped del jardín, que se ha declarado en rebeldía y se deja contaminar por hierbecillas invasoras. A mí eso me alarma. Igual me estoy volviendo insensible. Puede que la realidad me esté diseñando una pesada coraza. Igual la becaria de la sonrisa y la duda, la misma que aún es capaz de clamar contra la proporción 70-1, ya no me invite más a té de ese paquete verde fosforescente que esconde en el segundo cajón de la mesa.