La madre de Marco

27 septiembre 2007

Gazpacho checo



Reordenada parte de mi trivial existencia (prietas las filas vitales, que cacarearían los militares nostálgicos y los políticos ortodoxos), regreso al redil bloguero (el María Moliner ya admite el término, así que no utilizo la cursiva. Hala). Me apetecía escribir del culebrón Madeleine, de la bronca de las banderitas y de los ultrarrepublicanos pirómanos (queme una fotito de los Reyes, que algo queda...), del bochornoso espectáculo mediático que ha emborronado la muerte de un futbolista, de la asfixia del Euríbor, o de cualquiera de las cuatro especias que sazonan la vida. Pero como estoy de descanso (bendita lucha obrera del XIX, nunca reconocida) y el día pinta bien, he sondeado el disco duro que reposa sobre mis cejas y he recuperado el archivo Gazpacho checo. Verano de 2007.

He vuelto a Praga (amenazo con tripitir). También a Budapest, y la despedí con un extraño regusto a nostalgia de 2001 y decepción (¿el desprecio al extranjero puntúa en el expediente de los funcionarios?). Del accidentado salto de longitud entre el comunismo y el capitalismo salvaje sobresale la capital checa. Una Venecia del Este, te esculpen en el cerebro cada diez segundos. Un modelo de transición pacífica, te subrayan. Nos desligamos de los eslovacos sin un tiro, presumen. Y nada del París revolucionario del 68, que eso lo inventamos nosotros unos meses antes, alardean sacando mandíbula (cierto, pero los tanques soviéticos, por desgracia, se colaron hasta la cocina y saquearon la despensa de las libertades).

Me fascina Europa del Este (bueno, sólo he pisado Chequia, Polonia y Hungría, porque lo de la Policía eslovaca y sus métodos para rescatarte del plácido sueño en el tren no cuenta...). Me asombra esa capacidad para encajar bofetadas, una tras otra, sin rechistar, sin alzar la voz. Primero te golpean los camisas pardas y te colocan en un tren que desemboca en un campo de concentración. Si te salvas, saludas al libertador, un tal comunista, pero resulta que ése también te odia y te expide un billete para un gulag siberiano. Y cuando se caen los muros y crees que la democracia te amamantará y te limpiará las heridas, aparece el hijo aventajado del sistema, el capitalismo, un tipo muy listo: te exprime, pero al mismo tiempo te hace creer que la culpa es tuya, que nunca supiste aprovechar las oportunidades que te brindaba el mercado.

Este verano he visto más escaparates que nunca. En Praga y en Budapest. Me molesté en comparar precios: Zara vende la ropa más cara en esas capitales que en España. Como Nike. Y Benetton, y el resto de multinacionales. Con los sueldos por los suelos, abarrotan los grandes almacenes. Consumir es la consigna. Más que el vecino. La España de los 80. Igual hasta les crece un Mario Conde. Andaba frustrado por esa pérdida de identidad, pero como mi capacidad de asombro no encuentra límites, me topé con EL GRAN descubrimiento. Una cafetería de Praga, con mesas de Ikea, pseudoláminas de Warhol en las paredes, y un cartelito a cada paso: "Gazpacho". Gazpacho checo. La aldea global era esto. Me apunto a Mafalda: "Que paren el mundo, que yo me bajo".

P. D. Cristina, gracias por seguir ahí.