La madre de Marco

27 noviembre 2006

Te odio un poquito más (que ya es...)

No milito en las filas de esa España cainita, tan manida, que se relame degradando a sus (presuntos) héroes. No me gusta jugar a derrocar mitos, ni a intentar tomar por la fuerza los palacios de invierno que defiende el selecto batallón de elegidos que presume de facturar 18.000 ó 20.000 euros al día. Creo firmemente en el esfuerzo, en el sacrificio recompensado, pero también en la habilidad para moldear tu condición de genio, en aprovechar la fugacidad del momento y en saber explotarlo de por vida a golpe de talonario. Por eso no lapido a Beckham, ni a Amancio Ortega, ni a Botín, ni siquiera a la Preysler. Esto es un juego, un Monopoly real, un bosque en el que el lobo más listo se lleva a la guarida la tajada más sabrosa. No les condeno por vivir en sus mundos hiperguays, ni por dilapidar fortunas, pero Fernando Alonso, a ti, sinceramente, empiezo a odiarte mucho.

Lo tenías todo, chico. Joven, talentoso, genio precoz, máquina para hacer tintinear los euros. Doblaste la rodilla del kaiser, recogiste su cetro, reventaste audiencias televisivas, has vestido a media juventud de amarillo y azul, eres (según las encuestas) el asturiano más famoso desde Don Pelayo (ignoro qué piensa de esto La Zarzuela)... pero tenías que estropearlo. Te he oído despotricar contra una afición que te idolatra ("A muchos les encantaría que me explotara el coche en la última carrera", "Estoy harto de que me exijan ganar"), contra tu propio equipo (el famoso mecánico que te apretó mal la tuerca debe de estar a un milímetro del suicidio), contra tu jefe de filas (sí, sí, el mismo Briattore al que llegaste a suplicarle un coche), contra Renault (por el supuesto trato de favor a Fisichela en el último tramo del Mundial), contra el propio Principado de Asturias por no apoyarte en tus inicios (mira, rico, si la Administración Pública tuviera que subvencionar a toda joven promesa que luego no alcanza su meta, igual la Declaración de la Renta nos salía a todos a pagar, porque no iba a haber billetes en este país para costear ilusiones), contra los patrocinadores (todavía se recuerda el numerito que montaste en Getafe cuando casi te niegas a hacer un saque de honor organizado por la marca PSV, que, por cierto, te soltó un buen puñado de millones cuando empezabas). Y suma y sigue.

Ya me chirriaba tu pedantería, pero has reventado mi paciencia. Ahora vas y te casas con ella, que es guapa, luce el ombligo a ritmo de taquicardia ajena y la cortejas en una isla desierta. Por eso y muchas cosas más (como reza el anuncio navideño), hoy te odio un poquito más. Y no es que desee que un día, allá por los lejanos circuitos carcomidos de Indianápolis o Silverstone, te quedes sin frenos en una curva, pero al menos podías soltarte un poco la sujeción del casco. Igual así las neuronas se te acoplan, recuperan la velocidad del humano vulgar (yo, entiéndase, que no circulo a 310 por hora) y te retrotaen al mundo real, ése en el que a la gente le duele la hipoteca pero no derraman la hiel sobre el prójimo. ¿Asturiano? Si los osos de aquellos lares tienen mejor carácter...