La madre de Marco

29 septiembre 2008

¡Londres!

Siento una especial devoción por los viajes invernales. Quizás porque los atardeceres multipliquen la nostalgia de la lejanía, quizás porque me repele el sudor que empapa las caminatas estivales y prefiero las bufandas, los guantes, los abrigos que te engullen aun a riesgo de sentirte croqueta rebozada.

Guardo recuerdos idílicos de Portugal, un febrero de 2002. Hacía frío, y la lluvia me calaba a cada paso. Me atrapó la sabrosa decadencia de Lisboa, la soberbia del Duero enmarcando Oporto y los recodos graníticos de Coimbra. Otro octubre, en 2004, descubrí los termómetros congelados de Estocolmo y Copenhague. Y un noviembre de no recuerdo qué año me sorprendí a mí mismo riendo cuan imbécil al percatarme de que lo que me enfriaba la cabeza en Ávila era nieve. Es lo que tiene ser del sur, que la nieve se asemeje a un espectáculo.


Nunca me sedujo Londres. Reconozco que el idioma me espanta (dios, por qué elegiría yo francés en el bachillerato...) y que no he desembarcado yo en este mundo precisamente, creo, para paladear las culturas de legado bárbaro... Pero aquí ando, con un billete que me llevará hasta la otrora cuna imperial británica el 29 de octubre. Un mes y bajando. ¡Prepárate, London! Esta vez me sobran argumentos. Ya sabes por qué. Tic-tac.


P. D. Lo de Ryanair y sus aberrantes tácticas de marketing merece todo un post. ¡Choricillos estáis hechos!

11 septiembre 2008

Este septiembre


Últimamente no me sientan bien los cambios de estación. Me distorsionan, me fabrican nudos en el estómago y desbaratan mi entramado interior. Estoy aún de vacaciones, pero ayer volvió a llover, síntoma ineludible de que, pese a las amenazas de cambio climático que desbordan la chequera de Al Gore, a los veranos siguen sucediéndole los otoños. Bendita monotonía.


Este septiembre ha resultado extraño. Y tú sabes por qué. El calendario no prometía nada especial, pero compadezco a quien se atreva a ningunear los designios del efecto mariposa, un simplón eufemismo acuñado para edulcorar lo que siempre fue el destino. Espero que leas esto. Te dejé la dirección del blog antes de perderte por el túnel del aeropuerto (cierto, sólo has desaparecido físicamente; alimentemos las promesas). Fueron apenas diez días, pero la carta que imprimiste a deshora contiene las instrucciones, la hoja de ruta. Sé que no la perderás.


Durante años me he revolcado en mi soledad. Ha sido una buena compañera de viaje. Nunca me ha exigido ni reprochado nada. Pero apareciste para remover los cimientos. Te estoy esperando.


P. D. El mensaje está cifrado. Disculpas por no mencionar los antecedentes, el hilo conductor.