La madre de Marco

20 octubre 2008

Un hombre al teléfono



Ayer sonó el móvil. Como tantas otras veces, en el instante más insolente. Alguien descodifica tu combinación secreta, la teclea, las ondas rebotan en un satélite que pende sobre tu cabeza a miles de kilómetros, regresan y el desconocido se cuela en tu vida tímpano abajo. El cachivache maldito vibró y la pantalla dibujó con caracteres fosforescente la frase maldita: "Número desconocido". Horror. Suelo rechazar esas llamadas: recelo de todo sujeto que intenta irrumpir en mi vida con camuflaje de anonimato.


Pero no lo hice. Contesté. Al otro lado, quién sabe en qué destartalado edifico de qué urbe, una voz entrada en años recitó la cantinela: "Buenas tardes, mi nombre es x. Le llamo de la empresa z. Es un placer para mí notificarle que ha sido elegido entre miles de candidatos para participar, cada semana, en una peña que, por una módica aportación periódica de 45 euros, le da derecho a optar a suculentos premios en la Lotería Primitiva...". Bla, bla, bla.


En medio de la vorágine laboral, con un millón de cosas por terminar, mi cerebro desconectó mientras aquel sujeto diseccionaba su oferta. Y así, un minuto después de cacarear el discurso mil veces articulado, disparó a quemarropa la pregunta clave: "¿Está usted interesado?". "Pues no, la verdad. Gracias". A una milésima de segundo de colgar, al otro lado se oyó una disculpa inundada de sinceridad: "Perdone las molestias. En serio, perdóneme".


Colgó él. Y de mi se apoderó un tremendo complejo de culpa. Puede que el temor fuera infundado, pero tuve la impresión de que ese hombre encarnaba todos los fantasmas de estos crudos días: alguien expulsado del mercado laboral, despedido a los 55 años, indemnizado con un puñado de euros, perdido entre las mareas del desempleo y, de paso, explotado por alguna empresa de trabajo temporal sin escrúpulos. Y se disculpó porque, seguro, era muy consciente de que toda esa junga no justifica la humillación personal de intentar timarme.