La madre de Marco

21 junio 2007

Comisión por repatriación


Mi capacidad de asombro no encuentra límites. Me froto los ojos hasta dañarme las pupilas y acto seguido reivindico la máxima vital de Mafalda: "Que paren el mundo, que yo me bajo". Último ejemplo escrutado tras el zambullido en el periódico del domingo, uno de los pilares que sustenta mi vida (¿Por qué, señora quiosquera de mi pueblo, ha tenido usted que tomarse unas vacaciones? ¿Por qué me deja sin alimento? ¿No podía haberse largado el tapicero de los sábados, que atenta directamente contra mis tímpanos?).

Pues eso. Paso páginas y me topo de narices con el anuncio de una conocida caja de ahorros (de la tierra de Rita Barberá, para más señas). El anzuelo busca inmigrantes, nuevo filón para el mercadeo bancario y sustento emergente del PIB nacional. La citada entidad ofrece a los recién llegados cuentas remuneradas, tarjetas gratuitas, tropecientos servicios adicionales y ni una comisión.

Si yo fuera inmigrante me molestaría que una empresa crease un producto específico para mí. Huele mal. Por muy ventajoso que fuera me daría la impresión de que algo chirría: si me codeo con los oriundos y se supone que la discriminación se evapora, ¿por qué no me ofrecen lo mismo que a ellos, con idénticos colores y sabores, gastos y deudas? ¿Hay Euríbor nacional y extranjero? ¿Hay Visa Fuencarral y Mastercard Tanger-Quito-Bratislava?

El regate final, la traca del epílogo: el paquetito de productos para el emigrante incluye... ¡¡¡un seguro de repatriación!!! Y, yo, que soy muy mal pensado, imagino al director de la oficina colocándose bien el nudo de la corbata y pensando: "A ver, morito, sudaquita, hijo mío. Si tienes pasta, te la compro. Si lo que no tienes son papeles, mejor te vuelves a las dunas de donde saliste, no vaya a ser que en un futuro no muy lejano me fastidies el día cuando te arrimes al coche para intentar estafarme vendiéndome un paquete de kleenex".

Seguro de repatriación. ¿La aldea global era esto?

11 junio 2007

2,84 euros

Me han cobrado 2,84 euros por una coca-cola. Para quienes hayan reseteado su memoria por un secreto inconfesable y borrado todo recuerdo previo a 2002, unas 472 pesetas del ala (evito la muletilla "antiguas pesetas", más que nada porque no recuerdo haber manejado nunca "nuevas pesetas"). Lugar: la cafetería de un hotel de la cadena Barceló. Como la ocasión merecía la pena y la maldad del redondeo ha acabado por anestesiarnos, así sin dolor, uno no repara en el atraco hasta unos minutos después, cuando lo ve impreso en el ticket. Allí estaba el recibito, blanquito, manchadito con tinta pringrosa: 2,84. Pagas con 3 euros y, claro, como en el establecimiento florecen las corbatas caras, incluso te da vergüenza recoger los 16 céntimos de la bandejita. Confieso que los atrapé. Vaaamoss...

He pagado más de 2,84 euros por un café (Carlitos Sublime recordará los sablazos de hasta 6 euros en cualquier esquina de la ancha Francia), por absurdos souvenires que acaban sepultados en estanterías, por un paquete de tabaco que se acaba fumando otro/a, por una copa que se diluye en cinco minutos... Lo he hecho, pero nada de eso evita que empiece a odiar al sector hostelero, granero de la inflación patria, escondite de catetos que están amasando fortunas camuflando estafas bajo tapitas de diseño (cositas pequeñitas en platos grandes).

Ejemplo práctico. ¿Cuánto cuesta en la Feria una jarra de rebujito? La friolera de 6 euros. ¿Cuál es el coste real? Según un profesor de mi máster (tranquilos, éste no enseña fotos en pompeta), no supera nunca los 80 céntimos. ¿Cuánto cuesta en Mercadona la coca-cola de marras (me he molestado en buscarla)? La botellita cotiza en las estanterías a 32 céntimos (precio para mí, pobre consumidor; imagino que Barceló se las llevará por miles y menguará).

Me declaro insumiso hostelero. Que se queden con sus copitas, sus refresquitos, sus tapitas y su parafernalia de camarero guay-velador megachupi-musiquita chachi-sablazo pluf. Que son 2,84, caramba. Lo que soy yo capaz de estirar 472 pesetas, que cabrían en un billetito azulito, pero no de 5 euros, sino de los de pesetas de Rosalía de Castro, que te miraba desde el ángulo izquierdo con una cara melancólica de "no me gastes, por favor". Tiempos modernos... ¡glub!