La madre de Marco

02 septiembre 2009

Que amanezca

Ayer me expedí a mí mismo un recibo virtual con el finiquito de mis vacaciones. Traducido, hoy he vuelto al trabajo, homenaje forzoso e involuntario a la cita bíblica maldita: "Te ganarás el pan con el sudor de tu frente". Mal arranque: mi móvil nuevo ha incumplido la orden de despertarme con sinfonía de timbrazos. Autovía arriba, bajo un cielo traicioneramente encapotado, me he sorprendido mascullando un "Hay días en los que sería mejor que no amaneciera". El locutor suplente de la Ser (¿cuántos meses duran las vacaciones de Carles Francino?) se ha esforzado en adobarme la mañana: sube el paro, entierros de jóvenes asesinadas y tramas de corrupción variadas.

Hay dos cosas que me retrotraen a la niñez. Una es el olor del Cola-Cao. Desenroscas el tarro, hundes la nariz y comienzan a desfilar imágenes de antaño, desde la eterna carta de ajuste que prologaba el advenimiento de Barrio Sésamo hasta la cara de gnomo silvestre de Mariola, una vecina enjuta y enfermizamente tímida que mis compañeros de colegio insistían en etiquetar como mi futura esposa.

El otro milagro que me autoriza a desafiar la dictadura del tiempo son las frases esculpidas. La que me he dedicado hace unas horas la escuché por primera vez salir de Antonia. Antonia era una mujer mayor (¿por qué cuando éramos aún carne de Primaria nos parecían tan ancianos los cincuentones?) que me alegraba los veranos. Cuando asomaba mayo instalaba su puesto de helados en el barrio para apuntalar la pensión de viudedad. Con el tiempo descubrí que buena parte de la recaudación la desviaba uno de sus hijos hacia sustancias poco recomendables. Una tarde, al colocar la nariz sobre el mostrador, la oí proclamar "Hay días en los que no debería amanecer". Intuyo que nubarrones familiares habrían vuelto a torpedear su día.

Creo con fe casi doctrinal en el efecto mariposa, en estupideces diarias que entrelazan historias. Un 2 de septiembre, un retorno a la colecta salarial tras el asueto de agosto y mi cerebro me proyecta a Antonia, que Dios sabe a estas alturas por qué sendas transitará. Al final el martirio no ha resultado tan doloroso: salvo un amago de muerte prematura por la ocurrencia de donar sangre, la vida sigue igual. Los teléfonos han vuelto a sonar, el PC me ha vuelto a exigir mi contraseña y Juan, suministrador de desayunos, seguía en el mismo local de la misma calle. Arranca septiembre. Antonia, que siga amaneciendo.