La madre de Marco

24 diciembre 2007

Pues eso... ¡¡¡Feliz Navidad!!!



Viva el tópico. Hayas interiorizado o no el efecto euro, comas conejo o pavo, reces de un lado o de otro... ¡¡¡Feliz Navidad!!! Sin más. Hala. Nos vemos.

13 diciembre 2007

Sin pelotas

El martes fue un día absurdo. Me citan para el reconocimiento médico de la empresa a las 12.00 ("¡Véngase en ayunas!", me recuerdan). Me atienden a las 13.10. Y, claro, con el estómago dando campanadas, iba mordiendo las paredes. Tras el banderillazo de turno (sí, me mareo cuando vampirean mis venitas) y el bombardeo de conclusiones obvias ("Ve usted poco". Claro, si viera mucho no sería accionista mayoritario de Visionlab...), cumplo el segundo encargo de la mañana: buscar juguetes para mis sobrinos.

Me sumerjo en el maravilloso mundo de Toys'r'us, un universo de nostalgia con paradójico contraste: te devuelve a la niñez, pero despiertas de golpe cuando das al vuelta a las cajas y compruebas los precios. Una amable señorita me indica el pasillo donde se esconden los Iron Kids, una especie de muñecos-niños robotizados que cotizan al nada despreciable susto de casi 15 euros. Mi hermana me encarga todos. "¿Todos los que haya?". "Sí, que luego no los encuentro". Ah, pues vale, total, pagas tú... La broma, ni la décima parte de lo que contiene la carta a los Reyes Magos de mi sobrino, asciende a 134 euros. Carambas y carambolas, que diría un personaje de Barrio Sésamo.

Doblo pasillo. Me topo con los Playmobil. Ataque de nostalgia. Estoy a punto de llevarme uno vestido de centurión romano y un caballero medieval para consumo privado. No, no más trastos en casa. Otra esquina y aparece el Tragabolas. Jo, eso sí que era una pasada. La gente me mira con cierto desdén (si no cargas el carro con las últimas figuritas de Piratas del Caribe y monstruos que escupen babas pegajosas, estás fuera de juego).

Y se acerca el momento-trauma. Recuerdo que la perra ha devorado su octava pelota esta año y busco una pequeña, a prueba de dentelladas. Pregunto a otra dependienta y me responde: "No, aquí no vendemos". "¿Cómo? ¿Dos mil metros cuadrados de juguetería y no hay pelotas?". "No, es que no se venden mucho", apostilla con media sonrisa. Pago los 134 euros, me intentan vender diez paquetes de pilas y una tarjeta de fidelización de la tienda y me voy derechito al garaje. Que no se venden dice. ¿Tendrá algo que ver eso en el caos del informe PISA?