Comisión por repatriación
Mi capacidad de asombro no encuentra límites. Me froto los ojos hasta dañarme las pupilas y acto seguido reivindico la máxima vital de Mafalda: "Que paren el mundo, que yo me bajo". Último ejemplo escrutado tras el zambullido en el periódico del domingo, uno de los pilares que sustenta mi vida (¿Por qué, señora quiosquera de mi pueblo, ha tenido usted que tomarse unas vacaciones? ¿Por qué me deja sin alimento? ¿No podía haberse largado el tapicero de los sábados, que atenta directamente contra mis tímpanos?).
Pues eso. Paso páginas y me topo de narices con el anuncio de una conocida caja de ahorros (de la tierra de Rita Barberá, para más señas). El anzuelo busca inmigrantes, nuevo filón para el mercadeo bancario y sustento emergente del PIB nacional. La citada entidad ofrece a los recién llegados cuentas remuneradas, tarjetas gratuitas, tropecientos servicios adicionales y ni una comisión.
Si yo fuera inmigrante me molestaría que una empresa crease un producto específico para mí. Huele mal. Por muy ventajoso que fuera me daría la impresión de que algo chirría: si me codeo con los oriundos y se supone que la discriminación se evapora, ¿por qué no me ofrecen lo mismo que a ellos, con idénticos colores y sabores, gastos y deudas? ¿Hay Euríbor nacional y extranjero? ¿Hay Visa Fuencarral y Mastercard Tanger-Quito-Bratislava?
El regate final, la traca del epílogo: el paquetito de productos para el emigrante incluye... ¡¡¡un seguro de repatriación!!! Y, yo, que soy muy mal pensado, imagino al director de la oficina colocándose bien el nudo de la corbata y pensando: "A ver, morito, sudaquita, hijo mío. Si tienes pasta, te la compro. Si lo que no tienes son papeles, mejor te vuelves a las dunas de donde saliste, no vaya a ser que en un futuro no muy lejano me fastidies el día cuando te arrimes al coche para intentar estafarme vendiéndome un paquete de kleenex".
Seguro de repatriación. ¿La aldea global era esto?
Pues eso. Paso páginas y me topo de narices con el anuncio de una conocida caja de ahorros (de la tierra de Rita Barberá, para más señas). El anzuelo busca inmigrantes, nuevo filón para el mercadeo bancario y sustento emergente del PIB nacional. La citada entidad ofrece a los recién llegados cuentas remuneradas, tarjetas gratuitas, tropecientos servicios adicionales y ni una comisión.
Si yo fuera inmigrante me molestaría que una empresa crease un producto específico para mí. Huele mal. Por muy ventajoso que fuera me daría la impresión de que algo chirría: si me codeo con los oriundos y se supone que la discriminación se evapora, ¿por qué no me ofrecen lo mismo que a ellos, con idénticos colores y sabores, gastos y deudas? ¿Hay Euríbor nacional y extranjero? ¿Hay Visa Fuencarral y Mastercard Tanger-Quito-Bratislava?
El regate final, la traca del epílogo: el paquetito de productos para el emigrante incluye... ¡¡¡un seguro de repatriación!!! Y, yo, que soy muy mal pensado, imagino al director de la oficina colocándose bien el nudo de la corbata y pensando: "A ver, morito, sudaquita, hijo mío. Si tienes pasta, te la compro. Si lo que no tienes son papeles, mejor te vuelves a las dunas de donde saliste, no vaya a ser que en un futuro no muy lejano me fastidies el día cuando te arrimes al coche para intentar estafarme vendiéndome un paquete de kleenex".
Seguro de repatriación. ¿La aldea global era esto?