Empiezo a tomarle cierta pelusilla a este caballero. Mister Trichet, monsieur Jean-Claude, señor presidente del Banco Central Europeo. El efecto mariposa era cierto, pero nunca había imaginado que pudiera reventar los estantes de mi despensa.
Anda el banco emisor (hermoso eufemismo acuñado por los adeptos) obcecado con darle otro empujoncinto a los tipos de interés. Se aferra a argumentos macroeconómicos: que si inyecto liquidez (a mí me suena a guarrería), que si contengo la inflación (ni que fuera un michelín), que hasta soy capaz de fomentar la productividad y controlar al euro, que anda disparatado (paradoja: ser fuerte es malo, que se nos espantan los turistas). Razones que imagino contrastadas, pero a mí el venerable abuelete, primo hermano de Benedicto XVI (yo le veo parecido, oye), empieza a tocarme los esféricos inferiores.
Aparece monsieur en pantalla y tiemblo. Algo así como cuando escuchaba la terrible partitura de los tacones de la Caminero (profesora de Historia, comeadolescentes) avanzando por el pasillo caminito de COU-C. Me imagino a Trichet adornado con dientes vampirescos, succionando la sangre de mi cuenta corriente, vapuleada ya por el Euríbor. Me tropiezo con un escaparate y me gusta una chaqueta. Son 80 euros, pero él, con su envidiable flequillo canoso, reduce a cero la posibilidad. Subo a la buhardilla de mi casa, que pide a gritos unos brochazos y una alfombra de parquet, y me cae encima todo Fráncfort, sede del BCE. Avanzo por los pasillos de Carrefour (ecosistema propio de la clase media-media-recortadita, la mía) y tengo que esquivar los artículos superfluos, todos esos que alguna mente maquiavélica se encarga de colocar de forma estratégica bordeando el trazado de mi caminito. No, Satán, Lucifer, ya sé que no hay solomillo, que el viejecito subirá los tipos y la hipoteca me estrangulará. Filete de pollo (que tampoco es que sea barato...).
Señor Trichet, un consejo: para enemigos vitales ya elegí hace años a Joan Gaspart. No me obligue a odiarle también a usted...